Hace muchos años eran las madres las que acompañaban a sus
hijas en todos los preparativos de las bodas. En ciertos casos podía ser un
placer pero en otros, el cuadro que se presentaba era que la señora en cuestión,
madre de la novia revivía su boda y
creía y pretendía a veces decidir sin reconocer que la que se casaba no era ella...de
terror...¡Incluso algunas novias indecisas usaban el vestido que la mamá les
elegía! ¡Too much!!
Por suerte la vida evoluciona, en este caso para bien y con ello la relación de madres
e hijas, en ocasiones se pasan porque ahora las madres parecen las hijas de sus hijas acatando sus
órdenes y se enojan con ellas si mínimamente sugieren algo¡ Los extremos siempre son malos!
Afortunadamente ahora sólo los novios en
conjunto deciden su ceremonia, su fiesta, tanto la ambientación como la música, cattering,
etc. conforme sean sus gustos y preferencias.
Se imaginan que antes la figura del novio estaba desplazada por la novia o peor por su
divina y amorosa futura suegra y el novio sólo pensaba en si llevaría un traje o jaqué...o sea que
mientras el novio esperaba en el altar
super relajado, la novia llegaba con ojeras, casi sin poder caminar del cansancio
y ni qué decir de soportar “las sugenecias” de su progenitora.
Por suerte hoy, la historia es otra y si bien los preparativos cansan
a todos, los novios eligen todo de acuerdo a su gusto y personalidad y esa alegría con la que
pensaron cada detalle de la ceremonia, de la fiesta y más, la reviven en ese gran día y les
causa mayor felicidad.